Estudiante de maestría en sociología en LSE
“Pilar es egresada del Instituto Pedagógico Nacional y economista de la Universidad del Rosario. Actualmente se encuentra cursando una maestría en sociología en London School of Economics (LSE). Ha trabajado en instituciones como la Universidad del Rosario, el Departamento Nacional de Planeación, el Banco Mundial, entre otras. También acompañó la construcción del Observatorio Colombiano de las Mujeres, y ha enfocado su investigación en el estudio de las barreras de género en la economía como disciplina.”
Noviembre 5, 2021
El proceso de convertirme en feminista siendo economista ha sido retador, revelador, y a su vez, me ha permitido sanar varias heridas internas; o al menos, reconocer que estas existían. Aunque, si bien este ha sido un proceso personal, no ha sido individual. Afortunadamente he contado con la inspiración de varias mujeres que han decidido incorporar sus luchas personales en su ejercicio profesional, y creo que allí está el sentido de asumir nuestros privilegios.
Estudié en un colegio público y recuerdo muy bien las discusiones que teníamos en torno a las desigualdades sociales y económicas del país. Estas discusiones sembraron en mí preguntas que me motivaron a estudiar economía, no obstante, me tomó muchos años descubrir mi pasión por el estudio de las desigualdades entre hombres y mujeres.
Cuando ingresé a la universidad, me embargaba el miedo abrumador de no ser capaz de “ser economista”. La materialización de este miedo no solo representaría mi frustración personal, sino la pérdida del trabajo arduo de mi mamá. Además, recuerdo sentirme como una impostora grandísima, ya que sentía que, ni por clase social, ni por habilidades, podría ser como los economistas que veía en la televisión: señores con traje ejecutivo trabajando en edificios ostentosos.
Durante el pregrado experimenté varias frustraciones, pero también se abrieron puertas que nunca imaginé; me lancé a mi primera campaña electoral, descubrí la historia económica, y encontré una vaga intersección entre la economía y la sociología. Sin embargo, recuerdo la angustia que sentía por no saber qué iba a ser de mi futuro profesional. Analizaba a mis profesores de economía y no me sentía tan inteligente ni tan racional como ellos.
Recuerdo que una de las primeras señales de esperanza se dio cuando unos compañeros me contaron sobre una profesora que era muy exigente, pero que los motivaba a hacer preguntas. Para mí esto era muy extraño, puesto que, durante la carrera siempre sentí que nos limitábamos a resolver ejercicios matemáticos, sin sostener conversaciones ni cuestionarnos sobre los supuestos, o la veracidad de estos ejercicios, mucho menos sobre los sesgos ideológicos. Curiosamente, esta profesora también investigaba sobre la distribución de la tierra en Colombia, uno de esos grandes interrogantes que me dejó el colegio.
Recuerdo que le escribí un correo a dicha profesora, Juanita, contándole sobre mis intereses y expresándole que quería trabajar con ella, pero nunca recibí respuesta. Entonces, inicié algunos trabajos en investigación, y al cabo de unos meses, recibí una llamada de mi novio (ahora exnovio y gran amigo), quien me comentó que Juanita estaba en búsqueda de un (sí, un) asistente de investigación. No lo podía creer, salté de felicidad, me cambié de ropa, y fui lo más pronto posible a la universidad.
Ese día inicié como joven investigadora en la facultad, y sin duda, ese puesto de trabajo cambió mi vida para siempre. Conocí personas maravillosas, fortalecí mis habilidades en el análisis cuantitativo, aprendí a utilizar comandos en Stata, terminé con mi novio, y descubrí otra de mis grandes pasiones en la vida: la enseñanza; y, reafirmé mi necesidad de repensar la economía desde otra orilla. Aunque, quizá, lo más importante de todo son las personas a quienes conocí; a ellas y ellos quienes me han sostenido y acompañado en muchísimas dificultades, y me ha inspirado a seguir adelante, infinitas gracias.
El tiempo pasaba, y la sensación de no-pertenencia seguía habitándome. En ese momento, ya sabía que, si bien los economistas no eran necesariamente señores de traje en edificios ostentosos, sí eran señores (liberales y progresistas, eso sí) con camisas de cuadros, que cuestionaban sobre la exogeneidad de los instrumentos (todavía no entiendo ese afán), y aún así, no me sentía identificada.
Decidí entonces realizar la maestría en economía, impulsada por Juan Daniel Oviedo (actual Director del DANE). Durante ese tiempo, tome clases impartidas por tres profesoras: Juanita Villaveces, Mariana Blanco y Ana María Tribín. Estos cursos fueron reveladores porque conocí nuevas orillas para repensar problemas económicos, como la nueva economía política y la economía experimental. Además, comencé a notar la particularidad de ser mujer, y desempeñarse con “excelencia” como mamá, profesional y académica, condición que nunca había reconocido o valorado en mis profesores hombres.
Creo que fue justo en esa época cuando me nombré feminista por primera vez. Recuerdo que mi primer acercamiento a los movimientos feministas fue cuando vi pasar la marcha del 25 de noviembre por la carrera séptima; me sorprendió saber que muchas mujeres vivían las mismas violencias que yo había experimentado, y que, además, ellas estaban dispuestas a gritarlo en público. Esa marcha, los grupos feministas de Facebook, una tusa, y mis amigas me llevaron a cuestionarme mi rol como mujer. Sin embargo, pasarían varios años para encontrarme en la intersección entre la economía y el feminismo.
Después de graduarme de la maestría, trabajé en Planeación Urbana y en la Federación Nacional de Cafeteros; sin embargo, fue el DANE el que me mostró el camino para unir mi causa política con mi ejercicio profesional. Trabajar en el DANE me permitió entender que el proceso estadístico alrededor de la medición de brechas de género es fundamental para el debate público.
A la par de mi trabajo en el DANE, era profesora de doctrinas económicas, y la intersección entre esos dos oficios me hizo entender que los debates alrededor de la economía feminista no son tan recientes como habría querido pensar. Mientras yo me sorprendía por la información que permite analizar la Encuesta del Uso del Tiempo, leía a mujeres economistas que vienen planteando estos debates desde hace décadas.
Tampoco es nuevo que hablemos de la baja representación de las mujeres en economía, ni de la baja visibilidad de sus trabajos. Sin embargo, creo que hoy contamos con un panorama político y con unas herramientas de análisis que nos permiten ampliar la discusión. Con Juanita Villaveces realizamos una investigación sobre los sesgos de género en la enseñanza de la historia económica e identificamos que es muy poco lo que se habla sobre la historia económica de las mujeres, de hecho, no es muy claro desde cuándo podemos estudiarla desde una perspectiva feminista.
Ubicarme en estas intersecciones fue lo que me permitió tomar la decisión de estudiar sociología. Cuando la sensación de no-pertenencia me abrumó, fui consciente de que necesitaba darle un giro a mi carrera y asumir mi diferencia. Desde el pregrado había tomado algunos cursos de sociología, y encontré en esta disciplina un refugio intelectual bastante esperanzador. En LSE encontré que la sociología se hace estas preguntas, cuestionando las tensiones sociales de la economía, y los riesgos que estas conllevan en la toma de decisiones de política pública.
Recientemente, he tenido la oportunidad de trabajar en organizaciones multilaterales, instituciones públicas, y también en la Universidad del Rosario, la cual siempre ha sido y seguirá siendo mi casa. Mi experiencia en cada una de estas instituciones me ha llevado a la siguiente conclusión: las mujeres ganamos menos, las mujeres cuidamos más, las mujeres accedemos menos a la justicia, y las mujeres estamos sub-representadas en la contienda política; pero estas brechas jamás se pueden pensar como homogéneas para todas las mujeres, ya que las diferencias territoriales, raciales, y de clase en Colombia existen.
Construirme como economista feminista me ha obligado a repensar la economía desde otra orilla, pero el camino no es obvio ni es orgánico. Encontrar a mujeres con intereses y prácticas distintas como María del Pilar López, Vanessa Ospina, Ana Isabel Arenas, Paola Silva y Lina Lozano, entre muchas otras, me reconforta y me muestra que otros caminos son posibles. De igual manera, me llena de esperanza ver la formación de nuevos grupos de estudiantes universitarios; como MIA, EconomistaA, y Épicas (del cual orgullosamente formo parte). Creo profundamente que, si estos grupos se logran mantener en el tiempo y, además, logran trabajar en conjunto, la economía como disciplina en Colombia se va a transformar.
Finalmente, tengo esperanza en el trabajo de grupos como la Mesa de Economía Feminista porque refleja que las mujeres economistas nos estamos haciendo preguntas sobre nuestra disciplina. Es evidente que en el camino para resolver dichas preguntas nos vamos a encontrar con muchísimos retos e incomodidades, pero en definitiva es nuestra responsabilidad contribuir en la construcción de una disciplina más diversa y más crítica. Si nosotras queremos romper con las barreras que nos vamos a encontrar, lo mínimo es reconocer desde dónde lo estamos haciendo. No podemos tragar entero el mito de la meritocracia. No podemos olvidar que las desigualdades de género existen, pero las desigualdades de clase también.
Post-data: escribir esta columna fue muy retador, porque el síndrome de la impostora me gritó en cada párrafo. Sin embargo, como muchas colegas y amigas me han enseñado, hay que caminar con ese fantasma, porque en cada paso se vuelve más chiquito. Gracias a Paula, Ricardo y Miguel por ayudarme a caminar.
También gracias a Tatiana y a Ana María por creer en estas palabras.
Editora: Tatiana Mojica