Profesora Asociada Departamento de Economía, Pontificia Universidad Javeriana
“Profesora asociada Departamento de Economía de la Pontificia Universidad Javeriana. Obtuvo su Ph.D. en Economía de la Universidad de Barcelona. Su investigación se ha centrado en temas relacionados con discriminación de género, desajuste educativo, la informalidad y las desigualdades regionales para Colombia. Es directora de un proyecto sobre economía y género, el cual busca promover la inclusión de género en la economía como un componente importante en los currículos de los programas de pregrado y posgrado de los departamentos de economía en las universidades colombianas. Ocupó el cargo de directora del departamento de economía de la PUJ. Sus artículos han sido publicados en revistas académicas indexadas como The Journal of Development Studies, Spatial Economic Analysis Cuadernos de Economía entre otras.”
Septiembre 29, 2022
La economía del cuidado ha ganado terreno en las políticas nacionales y locales. Sin embargo, no es claro qué es lo que persigue ni cuál es la equidad de género que está impulsando. Una lectura obligada para empezar este debate es el artículo de Nancy Fraser de 1994 “Después del salario familiar: equidad de género y estado de bienestar” (After the family wage: Gender equity and the welfare state). El documento describe varios modelos que podrían impulsar la equidad de género. Cada modelo implica una valoración distinta de los principios que se buscan y también plantea diferentes configuraciones de la distribución de la carga de cuidado entre los hogares, el mercado, el gobierno y las comunidades.
La primera alternativa que presenta es el “modelo de proveedor universal” (universal breadwinner), que promueve ampliar el acceso de las mujeres al mercado laboral como una herramienta de equidad. Argumenta que si las mujeres tienen las mismas oportunidades que los hombres en el acceso al empleo, podrán conseguir el sustento para ellas y sus familias a partir de sus propios ingresos. Así, se rompe la idea de que el único proveedor de la familia es el hombre y se universaliza el rol del proveedor. En este escenario tanto hombres como mujeres son proveedores potenciales para su propia existencia y la de sus dependientes. Para ello, se requiere implementar políticas públicas que eliminen todos los tipos de discriminación y rompan con los estereotipos de género, en los que el papel natural de la mujer está restringido al hogar y el mercado es el escenario natural del hombre.
Una segunda opción es el “modelo de paridad de cuidado” (Caregiver-Parity). La idea de este modelo es darles un pago justo a las actividades de cuidado no remunerado y equipararlas al resto de las actividades remuneradas; es decir, igualar el rol del proveedor con el del cuidador en las familias. En este modelo, es necesario pensar en un sistema que retribuya las labores de cuidado no remunerado y que les permita a las personas que se dedican a estas actividades gozar de todos los beneficios del sistema de protección social, salud y pensiones, similares a los que podría acceder una persona ocupada que realiza contribuciones. Una renta básica lograría este propósito. Este modelo, sin embargo, refuerza el papel de los trabajos no remunerados de las mujeres en los hogares.
El tercer modelo es el de “cuidador universal” (Universal Breadwinner and Caregiver). En este modelo, tanto hombres como mujeres pueden tener el doble rol de cuidadores y de proveedores y por tanto no existe una dicotomía entre las dos opciones. Para ello es necesario transformar el mercado laboral, una estructura injusta que penaliza fuertemente los compromisos de cuidado. Debido a que los roles de género prevalecen en nuestras sociedades, la mayor parte del costo lo cargan las mujeres en términos de bajos salarios, trabajos a tiempo parcial y precarización. Bajo este modelo es necesario reducir considerablemente la jornada laboral y brindar suficiente flexibilidad para poder conciliar las responsabilidades laborales con las familiares o personales. A diferencia del modelo de proveedor universal, las labores de cuidado no son trasladadas en su mayoría al mercado. Algunas son provistas dentro del hogar, pero de una forma más balanceada entre hombres y mujeres y entre los hogares, el mercado, el gobierno y las comunidades.
En el caso de Colombia, se podría deducir, según algunas estadísticas, que el modelo de proveedor universal ha sido impulsado. El empleo femenino pasó de 6,8 millones en 2008 a 9,3 millones en 2018. Esto significó un incremento del 37%. Además, según datos censales del DANE, el número de hogares con jefatura femenina pasó de 29,9% en 2005 a 40,7% en 2018; es decir, aumentó la proporción de hogares en los que la proveedora principal es una mujer. Sin embargo, a la luz de otros datos, es posible evidenciar que es un modelo que ha tenido varias fallas.
La equidad o igualdad de género pasa necesariamente por reconocer que las labores de trabajo doméstico y de cuidado no remunerado, esenciales para el sostenimiento de la vida, se han distribuido históricamente de forma desigual entre hombres y mujeres. De acuerdo con los últimos datos del uso de tiempo 2020-2021 del DANE para Colombia, las mujeres hacen casi 8 horas de trabajo doméstico y de cuidado no remunerado mientras que los hombres hacen un poco menos de la mitad. Este desbalance en el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado ha sido bastante estable en el tiempo y todavía existen sesgos sobre los roles de género. Por ejemplo, el 67 % de las personas en Colombia está de acuerdo o muy de acuerdo con que las mujeres son mejores para el trabajo doméstico que los hombres. Además, si el modelo fuera exitoso todas las mujeres podrían ser proveedoras universales. No obstante, según el DANE, en 2020, el 47% de los hogares colombianos encabezados por mujeres se encontraban en pobreza monetaria, cifra 7 puntos porcentuales superior a los hogares encabezados por hombres (40%).
La piedra angular del modelo de proveedor universal es la reorganización del trabajo de cuidado. Una buena parte del cuidado no remunerado que hacen las mujeres al interior de los hogares pasa a ser provisto por el mercado, el estado o las comunidades. En consecuencia, es inevitable que se incremente el trabajo de cuidado remunerado. Como lo muestran las cifras para Colombia, el número de mujeres empleadas en actividades de cuidado (educación, salud y servicio doméstico) también tuvo un crecimiento considerable entre el 2008 y el 2018, pasando de 589 mil a 1,934 millones (Quanta, Cuidado y Género).
Para que el modelo de proveedor universal sea exitoso, según Nancy Fraser, las trabajadoras del cuidado también deben tener la posibilidad de ser proveedoras. Desde el proyecto Quanta hemos propuesto distintas clasificaciones para crear el sector de cuidado remunerando. Como lo hemos mencionado en varios informes, solo a través de su reconocimiento se podrá realizar un seguimiento a su evolución y caracterizar las condiciones de empleo de quienes realizan las actividades de trabajo de cuidado por un pago.
Nuestros hallazgos muestran que el trabajo de servicio doméstico tiende a ser realizado en su mayoría por mujeres, con malas condiciones labores y en situación de alta vulnerabilidad e informalidad. El modelo del proveedor universal, por tanto, ha excluido a un grueso de las mujeres que realizan cuidados de forma remunerada y ha marginado y explotado a las trabajadoras remuneradas del hogar. Hasta el momento, la redistribución del cuidado entre los hogares y el mercado ha generado profundas desigualdades y ha beneficiado a unas mujeres a expensas de otras. Para que este modelo sea justo, es ineludible que las actividades de cuidado remunerando tengan mayores salarios y sean más valoradas en la sociedad.
Por tanto, es elemental preguntarnos: ¿queremos seguir impulsando el modelo de proveedor universal tal cual como lo conocemos? ¿Cuál de estos u otros modelos estamos interesadas en promover en la política pública de cuidado? No es conveniente seguir sin una ruta clara o desconociendo las posibles opciones que tenemos por delante. Una política de cuidado no es una buena política solo porque hable de cuidado. Es importante que en la discusión de la política se haga explícito el modelo, los objetivos que se están trazando y las inequidades que pueden surgir. Si esto no ocurre tendremos que esperar años, quizás 10 o más, para evaluar cuál fue el resultado del modelo elegido. ¿Queremos esperar?
Referencia
Fraser, N. (1994). After the family wage: Gender equity and the welfare state. Political theory, 22(4), 591-618.