Profesora Asociada de la Universidad Nacional de Colombia
“Juanita Villaveces es economista de la Universidad Nacional y doctora en estudios políticos de la Universidad Externado. Le interesan los temas de economía política, historia económica y políticas públicas. Actualmente es profesora asociada de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional.“
Noviembre 17, 2020
Desde hace pocos años soy consiente de que mi voz suma en la búsqueda del cierre de brechas entre hombres y mujeres y, en especial, en la disciplina. Estudié economía, luego continué estudios de maestría y doctorado en ciencia política. En los noventas, no se discutía mucho sobre prácticas culturales que podían relegar a las mujeres. En últimas, estudiar y hacer parte del mundo académico era como un logro superado de una lucha pasada que involucraba más a la generación de mi madre que a mi. Yo no era muy consciente de que había una gran brecha y que a diario micro machismos y pequeños comportamientos de hombres y mujeres sugerían que el camino por la equidad y la igualdad era aún largo. Desde joven inicié mi carrera en la academia, como joven investigadora de Colciencias y luego profesora universitaria. Con el tiempo, fui entendiendo que la academia en economía es un espacio fuertemente masculino. Por momentos, me creía par de mis colegas. Pero era claro que ellos no siempre lo consideraron así. Comentarios sutiles como: “estás acá por tus vínculos” era un correlato de que las mujeres alcanzamos un lugar por razones distintas a las académicas o logros personales, legitimando ese imaginario de que los hombres están por méritos y las mujeres por privilegios.
El camino de la academia en economía también es un camino solitario para una mujer. Somos pocas y el ambiente de colegas es entre hombres donde uno termina siendo un intruso. El trato y los diálogos en ambientes no académicos pero sí laborales también excluyen y sólo queda la opción de hablar en sus términos para no aburrirse en un silencio. Eso lo hice por un tiempo. Pero es agotador. Valoro tener algunas colegas mujeres con quienes puedo tener un vínculo y un lenguaje distinto y más genuino. Aunque subrayo que esto no es lo ideal sino la reproducción de lo aprendido. Lo ideal, creo, es que los hombres no jueguen tanto a ser lo que los obligaron a ser y de-construir un poco sus masculinidades para lograr unos diálogos menos impuestos entre ellos y con nosotras también.
Dos hechos contribuyeron a involucrar mi voz en el debate de género. De un lado, mis alumnas, con quienes logré un diálogo académico que no era previsible con mis colegas. El otro, vincularme a la Universidad Nacional de Colombia donde el ejemplo de las luchas individuales y colectivas me sugirió que podía emprender mis “pequeñas” apuestas, como visibilizar en la facultad las brechas, desigualdades, imaginarios y comportamientos aprendidos de género y otros aspectos inter-seccionales al interior de la disciplina. Mi primer intento fue propiciar un diálogo sobre la percepción de las brechas de género en economía. En los primeros ejercicios evidencié, con sorpresa, que ni hombres ni mujeres parecían ver los sesgos y más bien afirmaban que eso no ocurre en la disciplina ni en su día a día. Entendí que abordar este tema y sensibilizar a estudiantes y colegas es un camino largo y lleno de sarcasmo y desprecio que se puede abordar con un ejercicio académico que, con evidencia y datos, muestre las brechas en economía.
Con Pilar Torres analizamos los sesgos de género en la enseñanza de la Historia Económica por ser nuestra área de interés. Encontramos que, en Colombia, leemos a los mismos hombres de siempre y, si bien hay producción académica hecha por mujeres, son pocos los syllabus que incluyen esos trabajos. También encontramos que las mujeres docentes suelen incluir más referencias de mujeres que los hombres. Aunque, prevalece la idea de que la participación de las mujeres en la economía y en la historia económica es cuestión de tiempo mientras “nos preparamos” y “logramos el reconocimiento” que los hombres han construido por más de un siglo. También encontramos que se sigue creyendo que la acción afirmativa a las mujeres es contraria a la objetividad de la ciencia y la economía, y es muestra de paternalismo. En resumen, encontramos que el área de historia económica que pensamos podría ser más interdisciplinaria y quizá más abierta a diálogos incluyentes e inter-seccionales, no lo hace y más bien preserva la idea de que sólo cuando las mujeres alcancen posiciones importantes serán contadas en la historia y que su participación en la disciplina tiene un rezago que el tiempo corregirá.
En resumen, la reflexión de género y el debate al interior de la disciplina es aún muy pueril. Es cierto que se han hecho esfuerzos por desagregar estadísticas que permiten entender diferencias entre hombres y mujeres en algunas variables económicas y esto ha abierto el análisis a enfoques de género en algunos ámbitos económicos como el mercado laboral. Hoy entendemos mejor cómo se expresan las brechas en el mundo laboral. Sin embargo, se habla muy poco sobre cómo enseñamos la disciplina y cómo quizá estamos preservando la masculinización de la economía, aún siendo mujeres profesoras pues también, puede ser, aprendimos e internalizamos el carácter masculino de la economía y lo legitimamos a diario. Es necesario incomodar a la economía. Es una lucha pequeña pero significativa para las próximas economistas.
Editora: Tatiana Mojica